Era un día lluvioso, las nubes grises surcaban con total gloria el cielo, mientras dejaban caer su esencia. Con el fin de tener una buena actividad con las personas de la vereda, realizamos un pre-recorrido por ella, mirando cada detalle minuciosamente, sin dejar que algo se nos escara.
Con los zapatos llenos de lodo, le dimos vital importancia al valle de la Pereira –o mejor conocido como el valle de los hongos- , en la cual veíamos con profunda tristeza los cambios que este ha sufrido, y que sigue afrontando, soportando el inevitable cambio que supone el desarrollo.
Pudimos observar cómo las suaves y verdes llanuras, llenas de vitalidad y recargada de recuerdos, fueron reemplazadas por las inmensas excavaciones de tierras y sostenían casi por arte de magia en el matorral, sus verdugos, las gigantes máquinas que corren sin el más mínimo escrúpulo la tierra para posteriormente empezar a construir los edificios que más tarde traerían más gente foránea a la vereda.
El paisaje que antes estaba lleno de hermosas praderas, ahora sólo es un gran terreno de lodo infértil.